
Del 10 al 21 de noviembre de 2025, Belém, en el estado brasileño de Pará, acoge la trigésima Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP30). Se trata de un momento clave en la diplomacia climática global, pues muchos analistas coinciden en que esta cumbre debe marcar el inicio de una década de acción real y medible frente a la emergencia climática.
Un escenario simbólico: la Amazonia como epicentro
La elección de Belém no es casual. Situada en la región amazónica, la ciudad simboliza una de las zonas más vulnerables —pero también más estratégicas— en la lucha contra el cambio climático. Para el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, acoger la COP30 en la Amazonia es un mensaje claro: “si todo el mundo hablaba de la Amazonia, ¿por qué no celebrar la COP en un estado amazónico?”. La ubicación refuerza la urgencia de conservar los bosques tropicales, proteger la biodiversidad y fomentar modelos de desarrollo que combinen crecimiento con sostenibilidad.
Los preparativos para la cumbre han sido intensos. El gobierno brasileño ha destinado cerca de 4.700 millones de reales para acondicionar Belém, tanto para acoger a los delegados como para dejar legados de infraestructura. Además, se han desarrollado espacios emblemáticos como el Parque da Cidade, que funcionará como sede para algunos eventos del encuentro.
Prioridades y tensiones sobre la mesa
Uno de los grandes focos de la COP30 es la limitación del calentamiento global a 1,5 °C, objetivo clave del Acuerdo de París y bandera de muchos negociadores. En su discurso de apertura, el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, advirtió que fallar en este tope sería una “negligencia moral”, y que incluso un sobrepaso temporal puede desencadenar consecuencias catastróficas para ecosistemas y poblaciones vulnerables.
Otra prioridad es la financiación climática, especialmente hacia países en desarrollo. La brecha entre lo prometido y lo entregado sigue siendo un obstáculo para muchas naciones que sufren los efectos más severos del cambio climático. La Unión Europea, por ejemplo, ha pedido una mayor solidaridad multilateral para movilizar fondos públicos y privados.
Un eje particularmente novedoso en Belém es el componente sanitario: la COP30 ha lanzado el “Plan de Acción de Belém para la Salud”, la primera iniciativa global de adaptación climática centrada exclusivamente en proteger los sistemas de salud. Bajo este plan, se prevén acciones para reforzar hospitales, prevenir enfermedades relacionadas con el calor y mejorar las capacidades médicas en zonas vulnerables.
Las ciudades también son protagonistas. La oficina de ONU-Habitat ha destacado que más del 70 % de las emisiones globales provienen de zonas urbanas, por lo que subraya la necesidad de integrar el urbanismo, la vivienda y la movilidad en los compromisos climáticos.
Derechos humanos y justicia climática
La COP30 ha generado también debates sobre derechos humanos y justicia climática. Organizaciones como Amnistía Internacional han advertido que las negociaciones deben poner en el centro a las comunidades vulnerables, especialmente las indígenas, que han sido históricamente marginadas y son, a la vez, guardianas de grandes extensiones forestales. La inclusión de estas voces es vital para garantizar que las decisiones climáticas respeten la dignidad, la tierra y los modos de vida tradicionales.
Protestas e incidentes de seguridad
No todo es consenso en Belém. Durante la cumbre han ocurrido enfrentamientos entre activistas —muchos de ellos indígenas— y las fuerzas de seguridad de la ONU. Los manifestantes denunciaban la exclusión de sus comunidades, la explotación de sus tierras y la falta de garantías reales para sus derechos territoriales. Algunos portaban banderas indígenas y exigían más poder de decisión en las negociaciones.
Además, la sede de la COP ha sido declarada una zona diplomática temporal bajo control de la ONU, lo que ha generado críticas sobre la soberanía y las restricciones logísticas para las delegaciones y la sociedad civil.
Desafíos y expectativas
En un momento en que muchos países reconocen que las promesas sobre el clima necesitan traducirse en acciones concretas, la COP30 llega con una gran presión. Por un lado, se espera que los Estados presenten nuevos planes de acción climática (NDCs) más ambiciosos. Por otro, hay un llamado general para que las potencias económicas cumplan con sus compromisos financieros y favorezcan mecanismos de adaptación para los más vulnerables.
Sin embargo, también hay críticas: algunos advierten que la propia organización de la cumbre ha generado impactos ambientales —como la construcción de infraestructura adicional en la zona amazónica— que parecen contradecir el espíritu de la conferencia. Por ejemplo, se han cuestionado algunas obras previas relacionadas con la preparación de la ciudad anfitriona.
Hacia una década de acción
La COP30 en Belém no solo es un evento diplomático: podría marcar un punto de inflexión. Si las negociaciones logran consensos reales en adaptación, financiación y justicia social, esta cumbre podría sentar las bases para una acción climática más efectiva y equitativa en los próximos años.
Pero el éxito no está garantizado. El balance entre ambición política, equidad internacional y compromiso real será fundamental para determinar si Belém se convierte en una plataforma de transformación o en una cumbre más de discursos sin acción. Como apuntó Guterres, “cada fracción de grado cuenta”, y el mundo estará observando si las promesas se convierten en resultados tangibles.
Este artículo se ha realizado en el marco de la Resolución de IVACE+i de concesión de una subvención al Consejo de Cámaras de la Comunitat Valenciana, para el fomento de la Sostenibilidad en el año 2025.
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