Si tuviéramos que explicar la situación del sector energético a un profano, bien le podríamos decir aquello de ¿Qué noticia quieres primero, la buena o la mala? La buena es que España no se va a quedar sin suministro de energía. La mala es que tendremos que pagarla al precio de los mercados internacionales, es decir, cara.
Empecemos por las buenas noticias. No es casualidad que haya consenso desde Europa en admirar la situación actual de España, un país que siendo una península o más bien una isla energética, se haya dotado de las instalaciones suficientes en calidad y cantidad para en momentos de escasez en el abastecimiento, pueda garantizar el suministro tanto de electricidad como de gas. Hemos llegado hasta aquí gracias a las inversiones realizadas por la iniciativa privada en el parque de generación de electricidad, en los almacenamientos subterráneos de gas, en las infraestructuras de interconexión con Argelia y por encima de todo en las plantas de regasificación de gas natural. Éstas últimas son instalaciones receptoras de barcos cargados de gas natural licuado importado de países productores, que permiten su almacenamiento y su regasificación para inyectarlo en las redes de consumo.
Para seguir poniendo cifras a esta situación podríamos ponernos exquisitos, como hace el telediario, abriendo con el precio horario del pool eléctrico en euros por megavatio hora, aún a sabiendas de que un hogar medio en España no va a consumir más de 3 de esos megavatios hora en todo un año. Esto es como si diéramos el precio de las naranjas en toneladas.
Alternativamente, preferiríamos informar al ciudadano de a pie con varios datos relevantes:
Y todo esto en un país que, aparte de sol y de viento, no dispone de recursos energéticos como petróleo, gas natural, carbón y ni siquiera uranio.
El problema viene a la hora de hacer funcionar el sistema, ya que todo nuestro potencial de energía renovable necesita de los ciclos combinados que funcionan con gas para poder dar respuesta a la demanda en cada momento. Pues bien, ocurre que este gas lo tenemos que comprar en mercados internacionales. Y estamos viendo que estos precios lejos de presentar una estabilidad en el tiempo lo que hacen es fluctuar en función de comportamientos tan caprichosos cómo la política de un único país, aunque bien podríamos decir de una persona.
Y aquí es donde nuestras empresas lo empiezan a pasar mal, porque por mucha energía que tengamos a nuestro alcance hay sectores intensivos en el uso de la energía, bien sea electricidad o gas, que no pueden hacer frente a esos elevados costes del combustible. Tal es el caso en nuestra Comunidad del sector del azulejo, el sector textil o el químico entre otros, donde el coste del combustible puede representar más del 30% de sus procesos productivos. La misma Ford tiene una planta de cogeneración a gas. Ocurre que los contratos de suministro a largo plazo indexados al crudo han dado paso a fórmulas con referencia a índices de mercados de gas (´gas hubs´) volátiles que trasladan directamente a su cadena productiva las tensiones de precio de cada momento.
El resultado, además de haber duplicado el gasto energético de nuestras casas, es que hay empresas que ya están considerando interrumpir temporalmente la producción a la espera de precios más competitivos. Una reducción de precios que los expertos no ven que vaya a suceder en el corto plazo.
Tenemos que consumir mejor. Y no, no estoy diciendo que apaguemos las luces y pasemos frío.
A la Administración le pedimos que elimine trabas administrativas a la tramitación de proyectos de plantas fotovoltaicas e impulsar el autoconsumo.
Es el momento de implantar las jóvenes Comunidades Energéticas y al mismo tiempo hay que activar la demanda. Como dice el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, hay que explotar la flexibilidad potenciando el papel de los consumidores, son ellos los que tienen el poder de adaptar su curva de demanda respondiendo a las señales de precios. El escenario actual de precios alcistas favorece como nunca la implantación de este tipo de medidas.
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