
Una sociedad verdaderamente avanzada es aquella que sitúa a la persona en el centro de toda actividad, tanto como individuo como miembro de una comunidad. El grado en que esa sociedad orienta sus acciones al respeto y la protección del bien común determina su nivel de desarrollo. Cuando esa búsqueda colectiva incorpora también el cuidado del entorno y el impulso de un crecimiento económico equilibrado, hablamos entonces de un concepto que se ha vuelto imprescindible en el debate público: la sostenibilidad.
En ese escenario, el comercio local emerge como un actor económico de impacto ambiental limitado, aunque variable según su especialización o el tipo de producto o servicio que ofrece. Aun así, ninguna actividad comercial está exenta del consumo de recursos naturales, energía o agua, ni de la generación de residuos. La enorme diversidad del sector —que abarca desde pequeños establecimientos de barrio hasta medianas tiendas y grandes superficies, ubicadas tanto de forma independiente como en centros comerciales— impide hablar de un impacto ambiental uniforme. Sin embargo, la suma de todos estos negocios configura un peso ambiental relevante del que cada establecimiento, en su justa medida, es responsable.
El comercio ocupa además una posición estratégica como punto de contacto directo entre productos, servicios y consumidores. Desde ese lugar privilegiado, contribuye a transmitir valores de respeto ambiental, responsabilidad y prevención de la contaminación. Conviene recordar que la mayor parte de los comercios son pequeños o medianos, con una trayectoria histórica que les ha permitido acumular experiencia suficiente para aplicar mejoras continuas en sus procesos. Por ello, existe un amplio margen para reducir consumos, optimizar recursos y disminuir emisiones. Las buenas prácticas ambientales se presentan como un camino eficaz: pequeñas acciones capaces de generar mejoras significativas en la gestión ambiental diaria.
El comercio local y de proximidad tienen, así, la capacidad real de impulsar el cambio hacia un modelo más sostenible. El primer paso consiste en asumir la prevención y protección del medio ambiente como parte esencial de su identidad empresarial. Para ello, es necesario identificar con precisión qué operaciones generan impactos negativos: consumo de materiales, energía y agua; uso de envases y embalajes; funcionamiento de equipos; o producción de residuos, vertidos y emisiones. Con esta información, el comercio puede diseñar actuaciones concretas que reduzcan consumos y prevengan la contaminación.
Entre las estrategias recomendadas destacan tres pilares:
Son acciones que implican diferentes cambios en la organización, en el comportamiento, en la manera de proceder y hábitos de las personas que forman parte del comercio, con el fin de disminuir los riesgos ambientales, promover el ahorro de recursos y una gestión sostenible de la actividad comercial. La mayoría son cambios simples y que busca la complicidad de todos los trabajadores del comercio, medidas que pueden mejorar la competitividad del negocio a cambio de un nulo o bajo coste económico de implantación, y generan cambios rápidos y sorprendentes, siendo más ecoeficientes (económica y ecológicamente).
Para garantizar que estas prácticas tengan éxito y se logre un cambio real, es imprescindible que los trabajadores colaboren y se impliquen. Se les debe concienciar de que la aplicación de las buenas prácticas ambientales beneficia directamente al trabajador, ya que reduce los riesgos laborales y proteger el entorno haciendo más sostenible al comercio.
Como resultado de la implantación de las Buenas Prácticas Ambientales (BPA) en un comercio, independientemente de su tamaño, puede llegar a conseguir:
Este artículo se ha realizado en el marco de la Resolución de IVACE+i de concesión de una subvención al Consejo de Cámaras de la Comunitat Valenciana, para el fomento de la Sostenibilidad en el año 2025.
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