Según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, en torno a un 80% del territorio español está en riesgo de convertirse en desierto en las próximas décadas. A día de hoy ya se pueden ver los efectos en el sudeste del país donde las sequías son una realidad continua.
Se calcula que España será el país de la Unión Europea que mayor impacto tendrá en la desertificación del territorio, llegando a las 50,5 millones de hectáreas.
Sin embargo la desertificación no es un problema exclusivo de nuestras fronteras, muchos otros ecosistemas del planeta se encuentran en un proceso similar.
Frenar la desertificación y mitigar los efectos en las zonas de riesgo alto en la actualidad es una problemática que requiere acciones inmediatas.
La responsabilidad debe ser compartida y coordinada entre instituciones, empresarios y ciudadanía.
La reforestación se presenta como una de las soluciones más eficientes para frenar el proceso de desertización y el mantenimiento del suelo. Sin embargo, no es tan sencillo como plantar árboles de forma masiva.
Un ejemplo clarificador lo encontramos en el desierto de Tabernas, al sureste de España. El tradicional cultivo de olivos ha dado paso en las últimas décadas a un cultivo hiperintensivo donde superan ya una densidad de 1500 pies/ha y unas 2000 hectáreas de regadío.
Estas alfombras verdes beben del río Aguas y el acuífero subterráneo Alto Aguas, rompiendo el ciclo de regeneración natural y reduciendo, cada vez más, el caudal de estas correntías.
El olivo es un cultivo de secano (vive de la lluvia) adaptado tradicionalmente a estas áreas, pero la sobreexplotación y la falta de lluvias hacen necesario el regadío. Todo esto lo convierten en un ejemplo de ecoimpostura, es decir, hacer pasar algo por ecológico cuando en realidad no lo es.
Los efectos son evidentes, los olivos nunca llegan a convertirse en árboles y se quedan en arbustos, el suelo no se regenera y la desertificación, por tanto, no se frena. Es necesario encontrar un punto de equilibrio.
El problema es más que claro, el árbol perfecto no existe. Normalmente la naturaleza y la evolución dotan de características contrapuestas a las distintas especies: los árboles con mayor crecimiento, o los más productivos, no son los más resistentes a la sequías y al contrario.
El dilema está servido y no termina de contentar a todos los implicados en esta ecuación siendo, como siempre, el medio ambiente el que sufre las consecuencias.
Distintos grupos de investigación buscan solución a este gran problema y los trabajos apuntan hacia el desarrollo de árboles transgénicos. Buscan un “super árbol” que responda a todas las necesidades del nuevo entorno.
En la Universidad de Lleida trabajan con dos especies concretas, el Populus euphratica y Populus tomentosa. El primero de ellos es una especie de chopo altamente resistente a las sequías, que suele encontrarse en desiertos asiáticos.
El segundo de ellos es un árbol de crecimiento muy rápido ¿Sería posible combinar estas dos características?
El trabajo así lo apunta y aunque la nueva especie aún no está lista para realizar grandes plantaciones, este proyecto de árboles transgénicos apuntan hacia un futuro esperanzador.
Pero no solo la sequía es el mal de todos los árboles. El cambio climático está promoviendo la proliferación de plagas cada vez más destructivas.
En EE.UU. una enfermedad fúngica con origen el zoo del Bronx, se extendió con gran rapidez por todo el territorio mermando de forma muy notable los bosques de castaños repartidos por todo el país. El Departamento de Agricultura está valorando la replantación con castaños transgénicos resistentes a esta enfermedad.
Todas estas investigaciones deben abordar las demandas medioambientales aportando soluciones rápidas y eficientes, pero también deben encontrar en ellas hueco para la sostenibilidad económica.
Por otro lado, los grandes productores del campo, deben tener conciencia sobre esta problemática para aportar soluciones de RSC empresarial y comprometerse con el planeta y el medioambiente de los lugares donde se desarrollan las actividades.
Para los investigadores supone un gran progreso para ayudar al medio ambiente pero, la mala prensa que tienen los productos transgénicos puede provocar el rechazo social e institucional.
El dilema ético está servido ¿Debemos aplicar la tecnología y la ciencia para intervenir los procesos naturales? ¿Debemos dejar que la naturaleza siga su ciclo natural? ¿Tendrán consecuencias a largo plazo en los ecosistemas?
Y si fuera así ¿Estas consecuencias compensarían los beneficios obtenidos gracias a estos árboles? El debate está abierto y todos tenemos la responsabilidad de encontrar las respuestas antes de que sea demasiado tarde.
Sea como fuere, debemos hacer todo lo posible por cuidar nuestro entorno para asegurar el bienestar de nuestro futuro.
Imágenes: Unsplash y freepik
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